Empresas sin historia

En un mundo en el que todo se mide en dinero cortoplacista (o en sus variantes: productividad, innovación, valor, etc.) explicar que hay algo más allá, y que a la larga tiene también valor económico es tan desagradecido como predicar una religión en el siglo XXI. Eso le pasa a la Historia como ciencia. Si vemos el día a día, los historiadores parece que "pierden el tiempo" discutiendo sobre acontencimientos sin validez hoy en día, echándo semanas en reflexionar, gestionando información muy antigua (¡incluso en formatos "arcaicos" como el papel!) para que sea fácilmente accesible, escribiendo ensayos donde todo quede más o menos claro, y para dando formación para ayudar a que la gente aprenda algo de aquello. La prueba es que el mercado, tanto el de trabajo como el comercial, no nos absorbe más allá de los mercados "clásicos" de la enseñanza, la investigación (muy reducido además), y del entretenimiento (que tampoco da para tanto).
Sin embargo esto tiene sentido. Hace muchos años un profesor norteamericano me dio la explicación que hasta el momento más me ha convencido: la historia tiene valor porque, por un lado, satisface algo tan humano como la curiosidad, pero por otro lado, y he aquí su gran valor, es el laboratorio donde los humanos podemos experimentar con nuestra experiencia. Para un físico es fácil experimentar con un proceso, porque si reproduce las mismas condiciones el proceso volverá a producirse y podrá medirlo. Para los procesos humanos eso es imposible. No podemos reproducir circunstancias como la Transición Española, el Descubrimiento de América o la invención de la rueda. A lo más que llegamos es a rescatar y analizar los testimonios de aquellos procesos pasados e inferir conocimiento que probablemente pueda sernos útil para llevar a buen término nuestros procesos futuros.
Y esto es como en cualquier otra ciencia. Los farmacéuticos experimentan con multitud de elementos químicos para dar con una medicina, y cuando uno ve las vidas que salvó esa medicina da por bien empleados los experimentos fallidos. He igual con la historia: cuando uno analiza, por ejemplo, la experiencia nazi y extrae consecuencias, da por buenas las vidas que hemos salvado rechazando conceptos como la superioridad racial.
En otras palabras: la historia sirve. Pero sus beneficios son a largo plazo. Al igual que las consecuencias de su menosprecio.
Como historiador metido a empresario tenía todo esto claro. Pero siempre da alegría verse confirmado en sus ideas por un gran profesional que viene de un ámbito distinto al tuyo. Eso me pasó el jueves con Josep Alet.

El comentario de Alet venía a cuento de que, en su afán por innovar (o simplemente por cambiar cosas), las empresas sustituían un proceso por otro sin molestarse en llevar un registro o memoria de lo que habían hecho hasta el momento. Por eso, si el nuevo proceso se revelaba ineficaz y había que rescatar información del pasado, no había manera de echar marcha atrás. Alet fue muy directo, y añadió en su conferencia más o menos esto: "las empresas no se acuerdan de lo que hacían ni 3 años atras. Con un poco de suerte lo mismo queda alguien que se acuerda y te lo dice, pero a menudo ni siquiera estas mismas personas se acuerdan".
Terrible. ¿Y a qué se debe esto? ¿A que lo urgente se come lo importante? ¿A que sacrificamos cualquier gestión de la información y de la memoria por el dinero cortoplacista? ¿A que la historia es una pérdida de tiempo y para qué tengo que pagar a profesionales que no me producen "para ayer"? Yo opino que sí. Y no porque sea proselitista con mi primera profesión sino que, como apuntó muy claro Alet, tampoco hace falta que pase tanto tiempo para que lamentemos y perdamos dinero por haber gestionado tan mal nuestras experiencias en el pasado.
Etiquetas: explorar informacion, gestión de información, historia, libros, reflexiones, vida y milagros
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